Yo tenía
cuatro padres.
Todos eran
hombres, todos eran viejos. A mi madre nunca la conocí. Mis padres me querían a
su lado aunque nunca supe por qué, querían mi atención y mi confianza aunque
nunca se la ganaron, querían que los apoyara aunque nunca me apoyaron a mí.
Mi primer
padre era viejo, rico y siempre vestía de azul. Su padre había mandado en casa
durante muchos años y, aunque el resto de sus hijos nunca lo quisieron, mi
padre siguió con la tradición del suyo, aunque insistía mucho en que él no era
como mi abuelo. Celoso de su seguridad, no permitía entrar a nadie en casa.
Siempre decía que uno no se hace rico firmando cheques, que la mejor forma de
gestionar la economía doméstica era obedecer a ciegas a su gestor (si no lo
hacía, el gestor amenazaba con desahuciarnos). A veces me faltaba el agua
caliente, la comida… Pero él no parecía darse cuenta. No es ningún secreto que
tenía su propia ducha privada y que el tendero le regalaba dulces a cambio de
prohibirme comprar en otras tiendas. Mi primer padre me robaba y después lo
negaba. Mi primer padre me pegaba. No quiero a mi primer padre porque él nunca
me quiso.
Mi segundo
padre también era viejo y vestía de rojo. También era rico y, aunque en algunas
ocasiones pareció que intentaba hacerme partícipe de su fortuna, siempre supe
que nunca heredaría lo que me correspondía. Mi segundo padre repetía siempre
que se llevaba fatal con el primero pero todos sabíamos que de vez en cuando se
iban a tomar una copa juntos y que, además, lo pagaban con la misma tarjeta de
crédito, que estaba a mi nombre. Tenía un jarrón lleno de rosas mustias en
casa. Él insistía en que estaban frescas, pero el olor era insoportable. Mi
segundo padre también me robó, también me pegó. Mi segundo padre nunca pidió
perdón. Mi segundo padre siempre nos habló de justicia y nunca lo vi ser justo.
Mi segundo padre era un traidor. Tampoco quiero a mi segundo padre porque él
nunca me quiso a mí.
Mi tercer
padre llevaba un traje naranja. Era viejo, aunque siempre intentó que no se le
notara. Se operaba la cara para estirarse la piel, se bronceaba, hacía deporte
para que su cuerpo no cayera en la decadencia. Mi tercer padre siempre dijo que
no se llevaba nada bien con los dos primeros. Mi tercer padre era un mentiroso.
Mentía sin más. Engañar era parte de su día a día tanto como respirar o
caminar. Mi tercer padre estaba de acuerdo con como el primero, el de azul, dirigía
la casa. Le parecía bien que nos golpeara, que nos insultara, que nos mintiera.
Creía que la casa era más importante que la gente que la habita y nunca temió dejarme
sin comer para pagar la hipoteca… Y comer él, claro. Cuando le decía a mi
tercer padre que tenía frío, que tenía hambre, que tenía miedo, él siempre me
respondía que nuestros vecinos estaban mucho peor y que si me quejaba era
porque no amaba lo bastante a la casa. Yo nunca vi a esos vecinos de los que
hablaba… Mi tercer padre nunca mandó en casa en realidad, pero la habitó tanto
tiempo que ya parecía que formaba parte del mobiliario. Mi tercer padre nunca
me quiso y por eso yo no lo quiero a él.
Mi cuarto padre
vestía de color lila. Vivía una especie de idilio con otro señor que decía que
también quería ser mi padre; llevaba ropa roja y verde, aunque nunca pude ver
sus verdaderos colores porque la sombra de mi cuarto padre era muy larga y
oscura. Mi cuarto padre era más joven que el resto, aunque a veces parecía que
chocheaba. Era muy confiado y carismático. Supongo que le cogí más cariño
porque se llevaba fatal con el resto y los humillaba delante de mí, pero pronto
me di cuenta de que no me podía fiar de él, además, le ponía ojitos tiernos a
mi segundo padre, aunque a mí siempre me había asegurado que lo que quería era
echarlo de la familia. A veces me decía que comeríamos paella pero cuando me
sentaba a la mesa sólo encontraba arroz hervido. La excusa era que cuando llegó
a la casa se la encontró vacía y sin provisiones A mí esa excusa nunca me
sirvió porque durante mucho tiempo, antes de ser mi padre, decía que sabía
dónde conseguir todo lo que necesitábamos para vivir con dignidad. Mi cuarto
padre también mentía. A diferencia del resto no mentía sobre lo que hacía o
dejaba de hacer, me mentía sobre quién era. Es importante saber quién somos, eso
me lo dijo una vez él mismo, pero luego simplemente fingía ser otra persona.
Repetía una vez tras otra que así conseguía que más gente le quisiera. Yo no
respetaba a mi cuarto padre, y no puedo querer a quién no respeto. Y mucho menos
a quién no se respeta a sí mismo.
Ninguno de
mis cuatro padres me quiso y yo nunca quise a ninguno de mis cuatro padres. El
resto de la familia no era distinta; cada uno de un color, cada uno con una
mentira. Todos viejos. Todos hombres. Todos querían ser mis padres. Yo no
escogí esta familia. Nadie escoge la suya y no son, en ningún caso, culpa
nuestra los pecados de nuestros padres.
Un día decidí
emanciparme, no elegir a ninguno de ellos. Estaba harto de convivir con la
mentira, los golpes, los robos, la traición. Simplemente marché de casa. Ellos
continuaron viviendo allí con sus hijos e hijas, ellos siguen igual.
No escogemos
a nuestros padres.
Pero nadie
dijo que fuera obligatorio quererlos.
(Este post se publicó originalmente en catalán aquí)